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Supongo que la mayoría de vosotros habrá visto una película llamada Braveheart, en la que un puñado de escoceses, capitaneados por Mel Gibson, se enfrentaba en una batalla tras otra al ejército inglés en plena Edad Media. Pues bien, hace tiempo que me ronda una idea por la cabeza. ¿No os parece increíble la similitud que existe entre un proceso selectivo y una de esas batallas de la película en las que el verde de la campiña escocesa se teñía de salsa de tomate Solís?
En esta convocatoria sin ir más lejos, acordaos del día que entregasteis la solicitud aún sabiendo que las posibilidades de salir bien parado eran de una entre cien. No resulta tan distinto de la aventura que emprende un campesino que deja sus tierras en pos de su señor para combatir a un adversario imbatible.

El primer contacto con el enemigo, llamémoslo así, fue cuando salieron las listas provisionales de admitidos. Allí tuvieron lugar las primeras bajas. A mí me gusta comparar ese momento con la primera lluvia de flechas que hizo caer el inglés sobre los pobres y desarrapados combatientes escoceses. La lista definitiva de admitidos supuso una segunda hondonada de flechas para aquellos que salieron mal parados de la primera. Ahí sí que pudo acabarse todo para ellos.
Pero el mayor y más encarnizado enfrentamiento, cuando tuvimos poner toda la carne en el asador y combatir a cuerpo descubierto contra nuestro contrario, tuvo lugar el día de la primera prueba selectiva. Allí cayó el grueso de nuestras fuerzas y tan sólo unos pocos (algunos gracias a su destreza y otros por pura y dura chiripa) sobrevivieron para contarlo. Estos aguerridos guerreros hubieron de cargar por segunda vez, en las pruebas de meca y Word, contra un enemigo que, si bien ya no resultaba tan imbatible, aún podía dejarnos fuera de juego y dar al traste con todo nuestro esfuerzo.
Llegados a este punto, aprovecho para dar mi enhorabuena a todos los que sobrevivieron a la experiencia y saborearon con sus propios labios el triunfo de ver batirse al enemigo en retirada. A todos ellos me gustaría dar un único consejo: no bajéis la guardia todavía pues, aunque ya no existe enemigo al que derrotar, todavía queda el reparto de tierras (o destinos, si lo preferís), el cual os va a afectar para el resto de vuestras vidas.

Un abrazo muy fuerte a todos y, para los que cayeron este año, no se os ocurra tirar la toalla. Mientras queden fuerzas para empuñar la espada, siempre quedará una esperanza.